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"No pasó nada"

La puerta se abrió imprevistamente, mientras acomodaba mi ropa. Aunque no esperaba a nadie en ese justo instante, no me sorprendí cuando vi su figura alta y delgada en el umbral de la puerta que se iba cerrando.
 
Con una leve sonrisa, me saludó, para posteriormente darme un cálido abrazo que me permitió sentir en mi cuerpo, su silueta generosa. Por un momento, respiré de su aroma, al tener muy cerca de mi rostro su cuello, mientras el abrazo duraba un poco más de lo que normalmente sería si nos hubiéramos saludado en la calle.
 
Como en otras ocasiones, nos sentamos a conversar, mientras en sus ojos veía un brillo especial y su sonrisa me atraía de una manera que aún no logro explicarme del todo. Hablando de todo y de nada al mismo tiempo, se acomodó recostándose ligeramente en la cama, mientras yo contemplaba su espléndida belleza, pensando en lo peligroso de la situación que estaba viviendo.
 
Al tiempo que me observaba, mis ojos se posaron en sus senos perfectos, que subían y bajaban al ritmo de su respiración que se aceleraba, sus ojos me miraban de una manera irresistiblemente seductora, y casi sin darme cuenta, la abracé. Mientras cerraba los ojos, respiré profundo para llenarme del aroma de su cuello, mientras de inconscientemente, mi boca se entreabría ligeramente para besar su cuello.
 
Mientras mis labios recorrían su cuello, ella echaba la cabeza hacia atrás, facilitándome el trabajo, y su respiración se aceleraba. En mí, la excitación crecía, y mis manos recorrían su espalda tersa, su cintura breve. De pronto, como si la lucidez regresara por un instante, nos separamos ligeramente, mientras nos veíamos a los ojos. Nuestra mirada era extraña: ambos excitados, ambos deseosos de satisfacer nuestros deseos, y al mismo tiempo, conscientes de la situación, refrenados por la lógica y la razón.
 
Nos separamos un poco, pero eso no disminuía el deseo. Aunque la situación era peligrosa, ambos seguíamos de manera tímida el juego. Nuestras manos se tocaban ocasionalmente, y de vez en cuando, mis dedos recorrían su abdomen, sus brazos, su cabello.
 
El tiempo pasaba rápidamente mientras nosotros continuábamos hablando. Ambos sabíamos que pronto nos separaríamos, y que difícilmente ese mágico momento regresaría en el futuro. Nos abrazamos nuevamente, y esta vez, de un movimiento repentino, se puso encima de mí, sobre la cama.
 
Al tiempo que le preguntaba si pensaba seducirme, sonrió ligeramente, mientras con un ligero vaivén, su cuerpo se balaceaba sobre mí. Mientras cerraba los ojos, disfrutando la sensación de sentirla sobre mí, mi resistencia se iba aminorando, al mismo tiempo que mis manos recorrían su espalda, buscando el broche de su sostén. Al preguntarle si podía desabrochárselo, contestó firmemente con un “no”, el cual, llegó demasiado tarde, pues ya lo había soltado.
 
Sin molestarse, me dijo que me había dicho que no, y después de acariciar su espalda, me incorporé para abrochárselo nuevamente. Suspiré fuertemente al tiempo que nos separábamos, conscientes que estábamos en el límite de la resistencia, a punto de dejarnos llevar por nuestros deseos y sensaciones, olvidándonos de todo y de todos.
 
Y sin embargo, el tiempo se nos terminaba. Justo en el momento en el que nuestro autocontrol se habría visto doblegado, vimos el reloj y supimos que teníamos que despedirnos. Nuevamente nos abrazamos, ahora, de una manera más intensa, más cercana, más ardiente.
 
Después de abrazarnos, ella se rodeó con mis brazos y vimos nuestro reflejo en un espejo, mientras me comentaba que hacíamos bonita pareja. “Como la bella y la bestia” le contesté, con una amplia sonrisa.
 
Antes de separarnos, tomó mis manos, y las llevó hasta sus senos. Mi respiración se aceleró al sentir su suave y dulce turgencia; posteriormente, de forma lenta, llevó mis manos a recorrer la perfección de su cuerpo entero, pasando por su espalda y abdomen, uniéndose justo en su sexo. Con los ojos cerrados, sentí su calor, su humedad, que sobresalía a pesar de la tela del pantalón.
 
Aún embelesado por la sublime sensación de recorrerla, me preguntó si podía hacer lo mismo conmigo. “Si quieres” le contesté, con poca determinación en mi voz, pero no porque no estuviera seguro de sentir sus manos en mi cuerpo, sino aún aturdido por lo que estaba viviendo. Noté su desencanto, y la animé a que lo hiciera. Nuevamente cerré los ojos, y sentí sus manos recorrer mi cuerpo, lentamente, deteniéndose justo en mi sexo, como disfrutando de saberse la causa de mi evidente excitación.
 
Finalmente, nos separamos, y nos volvimos a abrazar, por un instante, sentí su rostro cercano al mío, y mientras sujetaba su cabeza con mis manos, ella me dijo “no, un beso no”. Sonreí con un ligero sarcasmo, divertido al recordar los sucesos previos, impactado con su belleza y con una extraña sensación en el estómago, sabiendo que era el momento de separarnos. Después de un beso en la mejilla, salió rápidamente, mientras yo terminaba de acomodar mi ropa.
 
Afuera, nos vimos nuevamente, y aunque ambos actuábamos como si nada hubiera pasado, yo no podía concentrarme en lo que sucedía a mi alrededor, recordando lo que hacía apenas unos instantes habíamos vivido.
 
Actué como si tuviera un piloto automático, con mi mente abstraída, observándola con frecuencia y repitiéndome una y otra vez, lo hermosa que era.
 
Al final, como de costumbre, varias personas me rodearon para despedirse, y entre estas personas, se acercó ella también. Con determinación, y con un volumen de voz suficiente, como para que las personas cercanas escucharan, me dijo: “Me gustó mucho su sermón, Padre. Creo que hoy estuvo inspirado”.  Se despidió dándome un beso en la mejilla y un fuerte apretón de manos, mientras sentía una corriente eléctrica recorrer mi espalda al verla dar la vuelta y alejarse. Su silueta desapareció tras el portón, al mismo tiempo que yo repartía bendiciones entre los feligreses.
 
Cuando al fin me quedé solo, volteé al altar, sólo para darme cuenta que en mi interior no había arrepentimiento, mientras una cómplice voz interior me repetía una y otra vez: “no pasó nada”.

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