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Isis

Isis cerró los ojos mientras escuchaba el gemido ronco de José, quien apoyado sobre sus manos, arqueaba el cuerpo hacia atrás, al tiempo que la penetraba de manera más profunda. Casi inmediatamente, se dejó caer lentamente sobre ella, manteniendo su rostro cerca de su oreja derecha. Mientras percibía en su cuello la respiración agitada de José, Isis miró al techo, y como tantas otras veces, hizo una mueca de frustración y decepción: otra vez, ella no había alcanzado un orgasmo.
 
José se levantó ligeramente, para después dejarse caer de espaldas en la cama, exhalando un largo y fuerte suspiro. Isis se sintió vacía, expuesta, decepcionada, y tomando la almohada, cubrió su desnudez. No quería voltear a verlo, pues en el fondo, sentía algo de envidia y coraje al verlo satisfecho después de un orgasmo que había alcanzado en su cuerpo. Ese cuerpo que él había disfrutado, sin retribuirle el mismo placer.
 
Lentamente, Isis encogió las piernas, abrazó su almohada y dándole la espalda a José, se recostó sobre su lado izquierdo. Él se levantó y se dirigió al baño para quitarse el condón. Mientras orinaba, Isis lo escuchó silbar, alegre, satisfecho, y por enésima vez, se enfureció al pensar en lo egoísta que era.
 
Cuando José se recostó junto a ella y la abrazó, sintió ganas de aventarlo, pero no quería comenzar una discusión, así que simplemente se dejó abrazar mientras cerraba los ojos. Mientras él le decía lo mucho que le gustaba, Isis repetía en sus pensamientos que amaba a ese hombre, y que finalmente, el placer sexual siempre sería secundario al amor verdadero. E inevitablemente, pensó en las múltiples ocasiones en las que habían discutido, a veces, por situaciones sin sentido. Discusiones en las cuales, en más de la mitad de ellas, Isis había pensado en terminar. Y sin embargo, seguían juntos.
 
Mientras José le comentaba algo acerca de su trabajo, Isis se vio reflejada en el techo, semidesnuda, y mientras sus ojos se posaban en su bella mirada color miel, no pudo evitar sentirse triste al ver su rostro que no podía ocultar su frustrante insatisfacción.
 
Hasta José, con su escasa susceptibilidad, notó el desencanto en la actitud de Isis, y con un tono que evidenciaba que estaba  la defensiva, le preguntó: “¿Otra vez quedaste insatisfecha?”, Isis lo vio primero de reojo, para posteriormente dirigirle una mirada fulminante, mientras contestaba: “Lo dices como si la culpa fuera mía”. El reproche caló en lo más hondo del orgullo masculino de José, e incorporándose inmediatamente sobre la cama, levantó la voz para decir: “¡Ya te he dicho que deberías de ver a un sexólogo! No es normal que a pesar de todos mis esfuerzos, no logres alcanzar a un orgasmo!”. Isis pensó la respuesta, pero no se atrevió a decirla. Se quedó callada mientras en su mente, escuchaba su propia voz decir: “Quizá tus esfuerzos no son suficientes...”
 
Cerca de media hora después, salieron del motel, y como en otras ocasiones, se dirigieron a la casa de Isis, donde José solía pasar el resto de la tarde de los fines de semana, sobretodo cuando no tenían algún evento con los amigos de ambos. Al verlos llegar, la mamá de Isis preguntó como siempre: “¿Cómo les fue?” y otra vez, Isis sintió algo de remordimiento al contestar, sabiendo que estaba mintiendo premeditadamente. “Bien, Mami”, al tiempo que ligaba una pregunta a su respuesta, buscando con ello que su madre iniciara un interrogatorio como los que solía hacer: “¿No vino mi hermano con los niños?”, “Sí, pero fueron a la tienda”, contestó la señora.
 
Mientras veían la televisión, José abrazaba a Isis, al tiempo que la mente de ella, divagaba en los eventos anteriores. Mientras trataba de recordar las veces en las que había sentido un orgasmo, Isis pensaba que quizá la culpa de todo, la tenía ella misma, pues jamás había podido evitar sentir que cada vez que se escapaba con José a un motel para tener sexo, estaba traicionando las creencias que desde niña su familia le había inculcado. Isis creció con la fuerte influencia católica, de que el sexo era algo malo, y que tenía que permanecer virgen hasta el matrimonio.
 
Sin embargo, a pesar de las firmes creencias de su familia, Isis se había visto muy influenciada por sus amistades, y se consideraba a sí misma, una “católica liberal”, que respetaba muchos de los preceptos de la iglesia, pero que no obedecía todo lo que la misma indicaba. Como toda joven, Isis gustaba de la diversión, y disfrutaba de las fiestas y las bebidas alcohólicas en compañía de sus amigos.
 
Así fue como Isis perdió su virginidad 5 años atrás. Aunque ya había tenido varios novios, con los que tuvo oportunidad de saber lo que era un toqueteo de índole sexual, y en un par de ocasiones se había dejado acariciar los senos, Isis había logrado permanecer virgen. Sin embargo, a sus 18 años, la curiosidad del sexo, era un mariposeo constante en su vientre, que la llenaba de una efímera determinación que al estar en una situación comprometedora, se esfumaba.
 
La iniciación sexual de Isis, sucedió en una fiesta, en la que como otras veces, ingirió unas cuantas bebidas que la llenaron de valor para ahora sí, animarse a probar lo que algunas de sus amigas tantas veces le habían contado. Isis imaginó ese momento como maravilloso, y de la mano de su novio de entonces, esperaba encontrarse con un mundo de ensueño, lleno de placer y romanticismo. Y sin embargo, no fue así. A pesar de llevar una relación de 6 meses con su novio, Isis sintió una enorme pena de saberse desnuda frente a él, y con las luces apagadas, finalmente accedió a abrir las piernas para recibirlo. El encuentro fue muy breve y doloroso para Isis. Cuando apenas empezaba a sentir algo de placer, su novio se dejó caer sobre ella, haciéndole saber que todo había terminado. La decepción de Isis fue descomunal.
 
Así, Isis tuvo sólo unos cuantos encuentros más con aquel muchacho, en los cuales, en ninguna ocasión logró sentirse plenamente satisfecha, y así su relación terminó. Aunque se veían de forma ocasional como amigos, y algunas veces hasta se habían besado, Isis no permitió que tuvieran nuevamente un encuentro sexual. Hasta que José apareció en su vida.
 
Isis estaba enamorada de José, o al menos eso es lo que ella se repetía todo el tiempo para explicar lo que sentía por él, aunque en alguna ocasión, alguna de sus amigas le había dicho que lo suyo, era simplemente costumbre y temor a la soledad. Isis había pensado lo mismo alguna vez, pero a pesar de ello, no tenía la menor intención de cambiar su situación. Con el típico temor a lo desconocido, Isis aplicaba el tan mencionado dicho de “más vale malo conocido, que bueno por conocer”.
 
Hasta que una persona especial apareció en su vida.
 
La primera vez que Isis vio a Alex, sintió admiración por su aire intelectual, y sintió curiosidad al ver que todo el tiempo se mostraba ausente y sin interés por compartir con los demás. Podría decirse entonces, que para Isis, representaba todo un reto el volverse su amiga y conocer más acerca de su vida.
 
Isis notó que no le era indiferente, pues la sonrisa que le dedicaba al verla, evidenciaba una natural simpatía. Y en la mente de Isis, jamás cruzó, al menos al inicio, la idea de ver a Alex desde un punto de vista sexual, o romántico.
 
Sin embargo, las cosas se fueron dando de manera muy extraña. Alex resultó ser una persona totalmente distinta a lo que Isis creía, pues bajo su aire serio y desprendido, se ocultaba una persona sexual, desinhibida y hasta cierto punto, atrevida. Quizá fue eso lo que la atrajo fuertemente, o tal vez, simplemente la curiosidad ante algo nuevo. Casi sin darse cuenta, Isis se vio envuelta en un claro y abierto coqueteo con Alex, a pesar de que ella estaba plenamente consciente y convencida que se trataba de algo prohibido: Alex tenía un matrimonio de varios años, en el que existían tres niños alrededor de los cuales, giraba su vida misma.
 
Pero lo prohibido suele ser lo más atrayente, y para Isis no fue diferente. En algunas de sus conversaciones, Isis había confesado parcialmente su frustración sexual, y Alex había escuchado, haciéndole insinuaciones de que probablemente las cosas podrían cambiar a su lado. Isis jamás se tardó tanto en tomar una decisión como cuando Alex la invitó abiertamente a compartir una noche. Isis dijo que sí, y aunque jamás hablaron de sexo, el tema estaba sobreentendido.
 
Así llegó el gran día. Desde el momento mismo del encuentro, Isis sintió un enorme nerviosismo, que le causaba un gran hueco en el estómago nada más de pensar en el momento en el que por fin se encontraría a solas con Alex. Al registrarse en la recepción del pequeño hotel, Isis no pudo evitar ruborizarse ante la mirada pícara del encargado, y disimulando malamente su pena, volteó hacia otro lado. Ante este evento, su determinación estuvo a punto de flaquear, pero antes de que pudiera resistirse, la mano de Alex tomándola del brazo, y provocándole una corriente eléctrica en la espalda, la hizo vencer sus temores.
 
Cuando llegaron a la habitación,  reconocieron primero el cuarto, y sentándose sobre la cama, platicaron sobre varias trivialidades, mientras sonreían y se veían con nerviosismo. Isis sintió que su corazón latía con fuerza cuando Alex por fin tomó la iniciativa, acercando su rostro a su cuello y aspirando con fuerza. Isis se sintió estremecer, al tiempo que la excitación inundaba su cuerpo. Como nunca antes, el simple hecho de sentir a Alex cerca, excitó a Isis de una manera que ella misma no conocía. Se besaron con un enorme erotismo, al tiempo que con sus manos, se recorrían y reconocían sus cuerpos.
 
A diferencia de cualquiera de sus encuentros sexuales anteriores, Isis no se preocupó del momento en que quedó desnuda. Cerró los ojos y simplemente se concentró en disfrutar los labios de Alex recorriendo su cuerpo de arriba a abajo. Mientras sentía la lengua de Alex recorrer su sexo con destreza, Isis se sorprendió al escucharse a sí misma gemir de una manera tan escandalosa y desinhibida, y abrió los ojos, sólo para verse en el espejo con el rostro desfigurado de placer, un placer que desconocía que pudiera sentir y que estaba disfrutando sobremanera. Aunque ya antes Isis había alcanzado algún orgasmo a través del sexo oral que José le practicaba de mala gana, jamás había sentido las sensaciones que Alex le prodigaba con lengua y labios. Alex sabía exactamente cómo y dónde acariciar, logrando que Isis se sintiera transportada al cielo.
 
El resto de la tarde, Isis siguió disfrutando de un sinfín de sensaciones que hasta entonces le habían sido desconocidas, llegando así a la conclusión, de que no era ella la imposibilitada para gozar del sexo...  simplemente, no había encontrado a la persona indicada.
 
El tiempo se fue volando, y aunque no lo deseaba, Isis regresó a su rutina habitual, dejando el encuentro con Alex en el pasado. Desde el primer día que se separaron, Isis se sintió llena de un fuerte arrepentimiento, se sentía culpable de haberse involucrado en una relación a todas luces prohibida, y sentía también remordimiento al saberse infiel ante su novio. Sin embargo, no estaba presente el remordimiento que solía sentir después de sus encuentros con José, esa sensación de que había defraudado las creencias que su familia le había inculcado. Por primera vez, Isis se sintió dueña de su propio cuerpo, y capaz de disfrutar su sexualidad plenamente.
 
Y a pesar de haber disfrutado al máximo su encuentro con Alex, Isis decidió no volver a ver a esa persona que había sabido hacerla disfrutar del sexo, de una manera que hasta entonces, creía imposible. Sin decirle abiertamente que no deseaba volver a tener un encuentro amoroso, Isis se empezó a mostrar distante y espació cada vez más la comunicación con Alex. Y la estrategia surtió efecto. Después de cierto tiempo, Alex no volvió a llamarle ni a mandarle mensajes a través del celular. A pesar de la gran tristeza que le causaba el perder esa relación, en el fondo Isis se sintió aliviada, liberada del peso de la culpa que le traía el saberse partícipe de una relación prohibida. Al poco tiempo, terminó con José, y se dijo que iba a esperar a que llegara la persona indicada; aquella que pudiera brindarle todo lo que ella necesitaba: amor, comprensión y los orgasmos que ahora se sabía capaz de disfrutar.
 
Un día, sin esperarlo, recibió una nota de Alex; una carta en la que le deseaba lo mejor de la vida. En ella, le hacía sentir que la comprendía y que su amistad siempre estaría a su disposición. Suspirando una y otra vez, Isis leyó la nota en incontables ocasiones, hasta que cansada, cayó dormida. Y en su sueño, Isis vio a Alex, diciéndole las palabras que a fuerza de tanto leer, ya había memorizado:
“Preciosa mía: No sabes cuánto te he extrañado y lo mucho que he pensado en ti. Mi matrimonio ha estado a punto de terminar por todo lo que vivimos. Sin embargo, entiendo tu postura, y como siempre, te apoyaré. Tienes toda una vida por delante, y yo no puedo ofrecerte nada. Mis hijos merecen que no me divorcie y voy  a luchar por ellos, del mismo modo que tú debes buscar la felicidad. Gracias por los bellos momentos y la maravillosa oportunidad de conocerte...  siempre estarás en mi corazón.  Cuando quieras, sabes que podrás contar con mi amistad incondicional...       Siempre tuya:  Alexandra”

"No pasó nada"

La puerta se abrió imprevistamente, mientras acomodaba mi ropa. Aunque no esperaba a nadie en ese justo instante, no me sorprendí cuando vi su figura alta y delgada en el umbral de la puerta que se iba cerrando.
 
Con una leve sonrisa, me saludó, para posteriormente darme un cálido abrazo que me permitió sentir en mi cuerpo, su silueta generosa. Por un momento, respiré de su aroma, al tener muy cerca de mi rostro su cuello, mientras el abrazo duraba un poco más de lo que normalmente sería si nos hubiéramos saludado en la calle.
 
Como en otras ocasiones, nos sentamos a conversar, mientras en sus ojos veía un brillo especial y su sonrisa me atraía de una manera que aún no logro explicarme del todo. Hablando de todo y de nada al mismo tiempo, se acomodó recostándose ligeramente en la cama, mientras yo contemplaba su espléndida belleza, pensando en lo peligroso de la situación que estaba viviendo.
 
Al tiempo que me observaba, mis ojos se posaron en sus senos perfectos, que subían y bajaban al ritmo de su respiración que se aceleraba, sus ojos me miraban de una manera irresistiblemente seductora, y casi sin darme cuenta, la abracé. Mientras cerraba los ojos, respiré profundo para llenarme del aroma de su cuello, mientras de inconscientemente, mi boca se entreabría ligeramente para besar su cuello.
 
Mientras mis labios recorrían su cuello, ella echaba la cabeza hacia atrás, facilitándome el trabajo, y su respiración se aceleraba. En mí, la excitación crecía, y mis manos recorrían su espalda tersa, su cintura breve. De pronto, como si la lucidez regresara por un instante, nos separamos ligeramente, mientras nos veíamos a los ojos. Nuestra mirada era extraña: ambos excitados, ambos deseosos de satisfacer nuestros deseos, y al mismo tiempo, conscientes de la situación, refrenados por la lógica y la razón.
 
Nos separamos un poco, pero eso no disminuía el deseo. Aunque la situación era peligrosa, ambos seguíamos de manera tímida el juego. Nuestras manos se tocaban ocasionalmente, y de vez en cuando, mis dedos recorrían su abdomen, sus brazos, su cabello.
 
El tiempo pasaba rápidamente mientras nosotros continuábamos hablando. Ambos sabíamos que pronto nos separaríamos, y que difícilmente ese mágico momento regresaría en el futuro. Nos abrazamos nuevamente, y esta vez, de un movimiento repentino, se puso encima de mí, sobre la cama.
 
Al tiempo que le preguntaba si pensaba seducirme, sonrió ligeramente, mientras con un ligero vaivén, su cuerpo se balaceaba sobre mí. Mientras cerraba los ojos, disfrutando la sensación de sentirla sobre mí, mi resistencia se iba aminorando, al mismo tiempo que mis manos recorrían su espalda, buscando el broche de su sostén. Al preguntarle si podía desabrochárselo, contestó firmemente con un “no”, el cual, llegó demasiado tarde, pues ya lo había soltado.
 
Sin molestarse, me dijo que me había dicho que no, y después de acariciar su espalda, me incorporé para abrochárselo nuevamente. Suspiré fuertemente al tiempo que nos separábamos, conscientes que estábamos en el límite de la resistencia, a punto de dejarnos llevar por nuestros deseos y sensaciones, olvidándonos de todo y de todos.
 
Y sin embargo, el tiempo se nos terminaba. Justo en el momento en el que nuestro autocontrol se habría visto doblegado, vimos el reloj y supimos que teníamos que despedirnos. Nuevamente nos abrazamos, ahora, de una manera más intensa, más cercana, más ardiente.
 
Después de abrazarnos, ella se rodeó con mis brazos y vimos nuestro reflejo en un espejo, mientras me comentaba que hacíamos bonita pareja. “Como la bella y la bestia” le contesté, con una amplia sonrisa.
 
Antes de separarnos, tomó mis manos, y las llevó hasta sus senos. Mi respiración se aceleró al sentir su suave y dulce turgencia; posteriormente, de forma lenta, llevó mis manos a recorrer la perfección de su cuerpo entero, pasando por su espalda y abdomen, uniéndose justo en su sexo. Con los ojos cerrados, sentí su calor, su humedad, que sobresalía a pesar de la tela del pantalón.
 
Aún embelesado por la sublime sensación de recorrerla, me preguntó si podía hacer lo mismo conmigo. “Si quieres” le contesté, con poca determinación en mi voz, pero no porque no estuviera seguro de sentir sus manos en mi cuerpo, sino aún aturdido por lo que estaba viviendo. Noté su desencanto, y la animé a que lo hiciera. Nuevamente cerré los ojos, y sentí sus manos recorrer mi cuerpo, lentamente, deteniéndose justo en mi sexo, como disfrutando de saberse la causa de mi evidente excitación.
 
Finalmente, nos separamos, y nos volvimos a abrazar, por un instante, sentí su rostro cercano al mío, y mientras sujetaba su cabeza con mis manos, ella me dijo “no, un beso no”. Sonreí con un ligero sarcasmo, divertido al recordar los sucesos previos, impactado con su belleza y con una extraña sensación en el estómago, sabiendo que era el momento de separarnos. Después de un beso en la mejilla, salió rápidamente, mientras yo terminaba de acomodar mi ropa.
 
Afuera, nos vimos nuevamente, y aunque ambos actuábamos como si nada hubiera pasado, yo no podía concentrarme en lo que sucedía a mi alrededor, recordando lo que hacía apenas unos instantes habíamos vivido.
 
Actué como si tuviera un piloto automático, con mi mente abstraída, observándola con frecuencia y repitiéndome una y otra vez, lo hermosa que era.
 
Al final, como de costumbre, varias personas me rodearon para despedirse, y entre estas personas, se acercó ella también. Con determinación, y con un volumen de voz suficiente, como para que las personas cercanas escucharan, me dijo: “Me gustó mucho su sermón, Padre. Creo que hoy estuvo inspirado”.  Se despidió dándome un beso en la mejilla y un fuerte apretón de manos, mientras sentía una corriente eléctrica recorrer mi espalda al verla dar la vuelta y alejarse. Su silueta desapareció tras el portón, al mismo tiempo que yo repartía bendiciones entre los feligreses.
 
Cuando al fin me quedé solo, volteé al altar, sólo para darme cuenta que en mi interior no había arrepentimiento, mientras una cómplice voz interior me repetía una y otra vez: “no pasó nada”.

Amantes

Amantes

La chimenea crepita tímidamente, mientras el calor invade poco a poco la pequeña estancia. Ambos sentimos frío y ella se encuentra refugiada en mis brazos, levantando de vez en cuando el rostro para besarnos en los labios.
 
Entre besos y caricias, me dice que le encanta la cabaña. Con una sonrisa, le pregunto si no le parece muy pequeña, a lo que ella contesta que no importa, pues para amarnos no se necesita más.
 
Con una mirada pícara, toma mi mano, llevándome arriba, a la recámara, mientras dice “ven, quiero que veas algo”. Yo sonrío ampliamente y me dejo llevar al pequeño tapanco que tiene la cama y una ventana en cada extremo. La madera cruje ligeramente a nuestro paso, y al recostarse en la cama, desabrocha su pantalón y guía mi mano hasta su sexo. Siento su calor y su íntima humedad, y le pregunto “¿Es lo que querías que viera?”.  Con un semblante que derrocha erotismo me responde: “Sí. Quería que vieras como me pones... me excitas muchísimo”. Sonrío y la beso en los labios, al siento que recorro con mis dedos su sexo. Me detengo por un segundo y le pregunto: “¿Tu esposo no te pone así?”.  Con un semblante más serio me responde : “Hace mucho que no...  Al principio sí, pero creo que desde que tú estas conmigo, ya no ha sucedido”.
 
Sus palabras inundan mi mente, mis sentidos se concentran en acariciarla, besarla y disfrutar de la pasión que emana de cada poro de su piel. Hacemos el amor de una manera apasionada, dejándonos llevar por el placer y olvidándonos de todos y de todo lo que se encuentra fuera de esa pequeña cabaña perdida en las montañas.
 
Han pasado un par de horas, y nosotros seguimos recostados, platicando y acariciándonos. Recordamos la forma en la que nos conocimos, el primer beso al que nos atrevimos, la manera en la que hicimos el amor por primera vez. Coincidimos en que esto es inigualable, y que a pesar de estar prohibido, para ambos es delicioso y excitante.
 
Para bañarnos, sufrimos un poco en el baño. El frío es terrible y ambos titiritamos antes de que salga el agua caliente. Ella es más friolenta que yo, pues ha pasado su vida en la costa, en temperaturas que para mí serían insoportables. Después de reír juntos bajo el chorro de la regadera, subimos temblando nuevamente a la recámara, donde entrelazamos nuestros cuerpos desnudos, cubiertos por las sábanas.
 
No sé cuantas veces nos hemos dicho que nos queremos y nos encantamos, pero ahora, tenemos oportunidad de decírnoslo mientras sentimos nuestra mutua desnudez y la pasión se enciende nuevamente. Cierro los ojos mientras siento sus labios recorrer mi abdomen, al tiempo que mis dedos se pierden entre sus cabellos. Ella juguetea con mi piel, sus senos rozan mis muslos, y siento como asciende para besarme en la boca con una enorme sonrisa. Nuestros labios se funden en un beso interminable y delicioso, mientras afuera se escuchan algunas voces.
 
Ambos sonreímos y nos miramos con aire de complicidad. Escuchamos que la chapa de la  puerta se abre,  al mismo tiempo que es golpeada por el enorme llavero de madera que cuelga de la llave. Mientras escuchamos ruido de maletas, y la puerta que se cierra, le comento: “otra vez nos interrumpen... que oportunos ¿no?”. Ella sonríe mientras acaricia mi mejilla y dice: “no importa... ya tendremos tiempo”.
 
Una joven asoma por la pequeña escalera que lleva al tapanco, y su cara se ilumina mientras dice: “Mi amor: ¡Tienes que ver esto! Es encantador”. La joven se asoma por la ventana y se recuesta en la cama, mientras nosotros, desnudos, estamos al lado de la misma. Un joven sube y la alcanza, al tiempo que le dice: “¿Te gusta? Me recomendaron mucho este lugar”. Nosotros estamos tomados de las manos, al lado de la cama y los vemos besarse y acariciarse... pero ellos no nos pueden ver.
 
Mientras se desnudan, la tomo de la cintura y me dirijo junto con ella a la ventana, donde la abrazo por el talle desde su espalda. Mi mentón se recarga en su hombro y siento su cabeza junto a la mía al tiempo que contemplamos el paisaje de las montañas. Mientras mi vista se pierde en los lejanos acantilados, comienzo a recordar lo que sucedió la última vez que estuvimos allí:
Habíamos hecho el amor por enésima vez. Como en otras ocasiones, descansamos y después de un rato, jugueteábamos en el preámbulo de una entrega más. Concentrados en nuestros besos, y acallado por nuestros gemidos, no escuchamos el ruido de la puerta al abrirse.  Ambos saltamos cuando escuchamos un grito masculino que decía: “¡¡Malditos!!”, y al incorporarnos, vimos al pie de la escalera a su esposo, que con el rostro desfigurado de ira, nos apuntaba con un arma.
Yo no atiné decir nada, sorprendido por la intempestiva situación. Ella tenía una cara de sorpresa, y atónita, sólo pudo preguntar “¿Qué vas a hacer?”.
Entre insultos, su esposo le dijo que me iba a matar, que quería que me viera morir; que ese era el castigo que yo merecía. Todo pasó muy rápido.
Con determinación, apuntó su arma contra mí y apretó el gatillo; pero ella ya estaba frente a mi cuerpo cuando la bala llegó. Sentí su cuerpo desplomarse, mientras trataba de sujetarla para evitar que cayera. Vi sangre entre sus senos y unas lagrimas en sus hermosos ojos, que me miraban antes de decir: “te amo”. Un dolor enorme se apoderó de mi cuerpo al sentir la flacidez de sus brazos inertes y volteé hacia donde estaba su esposo, mientras escuchaba un disparo más. La bala que llegó a mi corazón estaba de más, pues ya había muerto junto con ella.
Lo sucedido después fue deprimente. Un hombre semi-enloquecido huyendo, policías que iban y venían, fotos de nuestros cuerpos en “la escena del crimen”, y vernos salir en el interior de frías bolsas grises.
 
Sin embargo, no nos fuimos. Lo que se marchó en la camioneta del forense fueron nuestros cuerpos, pero no nuestras almas ni nuestras esencias.
 
Aquí, en la estrechez de una cabaña de estilo alpino, al calor de la chimenea, nos amamos las 24 horas. De vez en cuando, cedemos la cama a otros enamorados que como nosotros, desean disfrutar de la soledad de la montaña en una romántica cabaña.
 
Siento su beso que me devuelve a la realidad. La abrazo con gran ternura, mientras escuchamos a la pareja nuestras espaldas comentar: “¿Sabías que dicen que en esta cabaña, se aparecen unos amantes?”. Sonreímos con un ligero sarcasmo y nos fundimos en un abrazo. Las palabras ya no son necesarias. Nos pertenecemos eternamente, y eso es lo único que importa.

Ensoñación

Ensoñación

Ella cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás mientras sus labios húmedos se quedaban ligeramente entreabiertos. Su cuerpo aún tenía un ligero y casi imperceptible temblor, y sentí recorrer un escalofrío por mi espalda cuando se mordió ligeramente el labio para después tocarse la frente con el dorso de su mano derecha y exhalar un profundo suspiro.
 
La miré un tanto asustado al tiempo que le preguntaba “¿Estás bien?”; ella, sin abrir los ojos contestó: “Estoy extasiada!...”.   No pude evitar sonreír al sentirme orgulloso con su expresión.  Sin quitarme de encima de su cuerpo, le besé tierna y repetidamente el cuello, mientras continuaba disfrutando de la humedad de su sexo, que me albergaba cálidamente.
 
Mientras besaba su cuello y sus hombros, la miré sonreír, y ampliando aún más su sonrisa, me dijo: “Me encanta que eres súper tierno... me encantas! me encantas! me encantas!”.  Me acosté de lado, viéndola de frente; y después de darnos algunos besos tiernos y breves en los labios le dije: “No sabes como me gustaría poder disfrutarte así todo el tiempo...” y antes de poder continuar contestó: “A mí también”.
 
Afuera, el sol brillaba inclemente sobre esa hermosa y extraña región que combina la aridez de desierto con la humedad inmensa del mar, mientras que nosotros sólo veíamos la claridad del día a través de las cortinas semitransparentes, y descansábamos de nuestro ajetreado encuentro sintiendo el aire acondicionado. Para ese momento, ella ya estaba acostada sobre mí, y al sentir que su espalda desnuda estaba fría, le puse encima una almohada para después besarla larga y apasionadamente en la boca, mientras cerraba los ojos para perderme en el infinito placer de saberme poseedor de una mujer tan hermosa.
 
Hablamos de muchas cosas, escuchamos algunas canciones en las nefastas bocinas de mi lap top y nos reímos juntos al recordar algunas de las situaciones que vivimos antes de poder estar como estábamos en ese momento: Solos, desnudos, disfrutando uno del otro. Insistía en verme desnudo, y al ver que me avergonzaba, me preguntó “Por qué no te gusta que te vea?” y yo sólo atiné a decir “No sé...   no me gusta, me siento...  raro”, al tiempo que me tapaba con las manos, sólo para ver que su sonrisa se hacía más grande.
 
No sé cuanto tiempo pasamos jugueteando, platicando, riendo, y mientras contemplaba su espléndida desnudez, ella me miró de una forma en la que me convencería de vender mi alma al diablo, al tiempo que me preguntaba “Me quieres?” y tratando de poner toda mi sinceridad en las palabras, contesté: “Mucho. Más de lo que debería” y la besé solamente para sentir como nuevamente la pasión se encendía. 
 
La acaricié y sentí la humedad de su sexo, mientras la escuchaba decir: “Me enciendes rapidísimo” para después perderme en la exquisitez de sus besos. Sentía su piel desnuda envolviéndome, su cálida humedad en mi sexo y la suave presión de sus senos en mi pecho, mientras que ella controlaba el ligero vaivén.
 
Nos amamos de una forma intensa, y esta vez sentimos la humedad del sudor entre nuestros cuerpos. Después de unos instantes que me parecieron extremadamente breves, ella comenzó a acelerar su movimiento, al tiempo que su jadeo también se volvía más intenso. Conforme el clímax se acercaba, la escuchaba pronunciar palabras ininteligibles que se mezclaban con un rítmico y pausado “no...    no...” y justo antes de perdernos en un orgasmo mutuo, sus gemidos se convirtieron intempestivamente en un sonido electrónico, agudo, repetitivo y molesto...   abrí los ojos y no pude evitar sentir una enorme confusión.  Atolondrado y extremadamente adormilado, estiré la mano y apagué el despertador.
 
Me senté en la cama aún aturdido por lo que acababa de suceder. Me sentía extraño y fuera de lugar. Me metí a la regadera aún sintiendo lo vívido de mi sueño y una dolorosa erección  me hacía pensar que había sido más que eso...  más que un simple sueño.  El agua caliente en mi espalda me hacía sentir sensibilidad en la zona donde estarían sus rasguños, pero al buscarlos en el espejo, no vi nada.
 
Como siempre, me despedí de mi dormida esposa que como todas las mañanas me persignó de esa manera automática que ha desarrollado para no despertarse completamente y continuar durmiendo. Como todos los días antes de salir, besé a mis hijos y los arropé, aún a sabiendas que siempre es inútil hacerlo.
 
Manejé hasta la oficina aún extrañado de mi sueño, tratando de comprender lo que había pasado, pero sobretodo, tratando de entender quién era esa hermosa mujer alta, espigada, blanca, e inmensamente hermosa de mi sueño.  Tan ensimismado iba que cuando noté, ya estaba en la sala de juntas, preparando mi presentación para los nuevos empleados.
 
Como cada inicio de curso para empleados nuevos, puse los nombres de los participantes en cada lugar, con su respectiva libreta y lápiz, verifiqué los detalles y abrí las puertas para dejarlos pasar.  Uno a uno fueron tomando sus asientos mientras yo tomaba el lugar al frente. Verifiqué los lugares y aún faltaban 2 personas; justo iba a preguntar por ellos cuando la vi llegar: En la entrada de la sala, se había asomado tímidamente y con una leve y escueta sonrisa pasó para ocupar su lugar justo frente a mí, del lado izquierdo.
 
Mi sorpresa debió haber sido tal, que alguien comenzó a carraspear haciéndome notar que íbamos retrasados. 
 
Durante la mañana, busqué sus ojos, pero solo encontré una mirada tímida, indiferente y esquiva. A lo largo del curso, traté de acercármele pero por alguna u otra razón no pude.  Al final del día me despedí de todos y no pude evitar sentir un escalofrío en la espalda al tocarle la mano, pero para ella fue sólo un saludo más. Se retiró aprisa con el grupo y me quedé solo, pensando.  Después de todo, el sueño había sido solo mío...  ¿O no?

¿Qué es lo que estamos haciendo?

¿Qué es lo que estamos haciendo?

“¿Qué es lo que estamos haciendo?” Me preguntó mientras me miraba a los ojos, esbozando una ligera sonrisa. Sentía el calor de su sexo y su desnudez bajo mi cuerpo, y antes de contestar, traté de digerir la pregunta y estructurar la respuesta.  Sin embargo, el ligero vaivén de nuestros movimientos no me dejaba pensar con toda claridad y contesté:  “Es una palabra muy fuerte”.  Un tanto sorprendida, abrió un poco más sus hermosos ojos cafés y con una sonrisa más amplia me preguntó: “¿Te da pena decirlo?”. Ante esa pregunta, comencé a creer que había errado mi respuesta, así que decidí pensarlo con mayor detenimiento.
 
Mientras sentía una ligera humedad entre nuestros abdómenes, producto del sudor que nuestros cuerpos producían, pregunté de forma más específica: “¿Te refieres a lo que estamos haciendo en este justo momento? ¿O al suceso con todas sus implicaciones?”. Con una sonrisa más amplia me dijo: “Te da pena decirlo, ¿verdad?...  Dilo, quiero escuchar que lo dices”.  Con la certeza de al fin entender lo que preguntaba, le contesté: “¿Coger? ¿A eso te refieres? ¿A que estamos cogiendo?” Con su sonrisa pícara y una mirada que me mata, contestó: “Sí!...  ¿En qué pensaste?”,  “En una palabra muy fuerte” le dije, “Dime, por favor”.  Antes de contestar, me di unos instantes, para nuevamente sentir su calor, su humedad, su exquisita desnudez. Con un semblante un poco más serio, le dije: “adulterio”.
 
Mientras su sonrisa se volvía ligeramente menos amplia, me miró a los ojos con su rostro angelical diciéndome: “es una palabra fuerte”...  “te lo dije”, contesté.
 
Y  mientras me perdía en su cuello, besándola repetidamente, escuché como se aceleraba su respiración y sus gemidos se volvían más intensos...  Y con toda la hermosa sensación que fuimos capaces de generar, seguimos disfrutando de una tarde de pasión desenfrenada.
 
Por la noche; me fue imposible conciliar el sueño, y mientras veía las vigas que atravesaban el techo del viejo hotel en el que estábamos, sentía su respiración cerca de mi cuello, su cuerpo pegado al mío, su brazo sobre mi pecho y su pierna entre las mías.  A ratos volteaba a mirar su rostro angelical, mientras reprimía mi deseo por despertarla con un beso y hacerle nuevamente el amor.
 
Era aún de madrugada cuando sonó el despertador. Atolondrado por haber dormido tan poco, estiré la mano para apagarlo y me acurruqué a su lado, mientras comenzaba a estirarse y a suspirar para tratar de deshacerse de ese letargo que dejan unas pocas horas de sueño. Mientras me abrazaba y besaba mi cuello, se desprendió de las prendas que la cubrieron al dormir, llevándome sutilmente a colocarme sobre ella, mientras me decía “quiero llenarme de ti antes de irme... de tu aroma, de tu calor...”  Y así, hicimos el amor una vez más, como un par de condenados que disfrutan de su último deseo...  del último capricho que les es permitido.
 
Minutos después, en la regadera, nos bañamos y acaricié su cuerpo; como queriendo que la blancura de su piel quedara impregnada en las palmas de mis manos, como esperando que la deliciosa sensación de su desnudez se quedara conmigo, siempre.
 
Cuando por fin la dejé, nos despedimos con un tímido beso...  un beso temeroso, un beso  fugaz, en medio de la gente que nos rodeaba, deseando que ninguno de ellos nos conociera.  Me quedé esperando a verla desaparecer, y antes de subir la escalera, se detuvo brevemente al pie de los escalones para decirme adiós con la mano. Sintiendo un enorme nudo en la garganta, le mandé un beso con la mano, casi al borde del llanto...
 
Y ahora, heme aquí, sentado en la banca de una iglesia, cargando a mi hija y al lado de mi esposa, vestido de traje; viéndola vestida de blanco, hincada frente al altar junto a ese hombre que no sé si llamar afortunado o infeliz.  Un hueco en mi pecho crece mientras la escucho decir: “... para amarte y respetarte todos los días de mi vida”.  Mi respiración acelerada, mis manos crispadas, y mi esposa que se acerca para decirme suavemente al oído: “siempre te han emocionado las bodas, verdad?”.
 
Mi hija se inquieta, y encuentro el pretexto perfecto para salir, el mundo me da vueltas y no soy capaz de enfocar ninguno de los rostros que llenan la iglesia. Salgo con mi hija y ya en el atrio, me abraza mientras me dice que quiere que la cargue, la beso tiernamente en la mejilla mientras pienso “si no fuera por ti, pedazo de mi vida”. No sé cuantos minutos pasan, pero la gente ha comenzado a salir, y mi esposa se reúne conmigo mientras dice “Te perdiste el final”.
 
Los novios salen entre una lluvia de pétalos y arroz. Ambos sonríen y se ven felices, mientras yo trato de encontrar su mirada. La gente los felicita y mi esposa me toma del brazo mientras me dice: “vamos a felicitar a los novios”. Con una fingida sonrisa me acerco al novio mientras le digo “¡Felicidades! Cuídala mucho...”, y ninguna palabra sale de mi boca mientras la abrazo a ella. Siento su talle entre mis manos y me dan ganas de besarle el cuello. Me detengo mientras trago saliva y cierro los ojos, al tiempo que la siento estremecer. La miro a los ojos antes de alejarme y nuevamente las palabras no salen de mis labios.
 
A la fiesta, llegan al final; y entre porras y silbidos, él la levanta entre sus brazos y la carga hasta la mesa de honor. Antes de sentarse, se besan y yo bajo la mirada para no ver sus labios unidos a los de otro. La comida me es insípida, así que dejo la mayor parte de lo que sirven. Mientras mi hija se sienta en mis piernas, la veo levantarse y dirigirse al baño, y justo antes de que entre, le paso mi hija a mi esposa, mientras le digo: “No me tardo”.
 
Con la respiración acelerada y sintiendo el nerviosismo típico de quien comete lo prohibido, entro al baño y la veo frente al espejo. No parece sorprendida y su escote sube y baja al ritmo de su respiración también acelerada. Aseguro la puerta tras de mí y sin pensarlo la tomo en mis brazos, al tiempo que ella me besa con la fuerza y el deseo de los amantes que saben que tienen el tiempo contado. Sin importarnos lo estorboso de su atuendo y el lugar en el que estamos, hacemos el amor de pie, de una forma intensa y alocada. En un instante, se detiene, y entre jadeos me pregunta “¿Qué es lo que estamos haciendo?” Y sin titubear le respondo: “Cogiendo”.

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